24 de mayo de 2009

Yo imploraría también por la contraparte.

Colaboración de Antonieta B. de De Hoyos

“Dios Todopoderoso y Eterno, mira con amor el rostro de tu Hijo y por amor a Él, que es el Sumo y Eterno Sacerdote, ten misericordia de tus sacerdotes. Acuérdate, Oh compasivo Señor, que ellos son frágiles y débiles seres humanos. Remueve en ellos el don de la vocación, que de modo admirable se consolidó por la imposición de las manos de tus Obispos”. Amén.

Este es solo el primer párrafo de la oración por los sacerdotes que escribió hace ya algunos años el Cardenal Richard Cushing en especial para el momento de la consagración. Esta misma persona en el concilio Vaticano II que se celebró décadas atrás, apoyó con gran entusiasmo el cambio en la doctrina católica que indica: “serán salvos todos los seres humanos que siguen los dictados de su conciencia” aludiendo a las distintas religiones difundidas por el mundo que predican el mensaje cristiano.

Sin duda alguna, la oración por los sacerdotes es un texto conmovedor y sumamente reflexivo que está circulando por el internet, con el propósito de recordarnos la condición humana de los consagrados, fragilidad que en cualquier momento puede llevarlos a faltar a sus promesas.

Cada frase es clara y precisa, describe y exige a estos jóvenes, adultos y ancianos, una conducta sobrenatural. Serie de requisitos que probablemente en épocas pasadas no sin grandes sacrificios, pudieron cumplirse, pero que en este milenio tan conflictivo, donde las ideas, las economías, el hedonismo el ego y la ausencia de Dios predominan, se tornan imposibles.

La mujer del siglo XX interpretó, algunas iniciativas del movimiento de su liberación de manera poco prudente, traspié aprovechado por los varones para corromperla, utilizarla y después culparla. Autosuficiente en todos los aspectos, salió a la calle, su hogar quedó al vació, con o sin necesidad. Su insolencia le llevó a despreciar el don divino que le daba supremacía frente al varón; el control completo que tenía sobre sus instintos carnales.

Ante esta oleada de placeres: uniones libres, relaciones sexuales sin amor, divorcios, amasiatos por conveniencia, píldora anticonceptiva, la del día siguiente, el aborto, drogas antidepresivas, para dormir, para adelgazar, cirugía plástica rejuvenecedora y además ningún adulto que se atreviera a aconsejarla o contrariarla. Su fe se apagó y ya debilitados su corazón y su mente aceptó a ojos cerrados lo que una sociedad moderna enajenada le proponía. Con frívolos ideales aparejados a los del hombre, buscó la satisfacción de sus caprichos y no tuvo reparo en tomar, lo que sabía de antemano que pertenecía a Dios.

A partir de hoy en mis oraciones nocturnas pediré por todos los sacerdotes; hombres elegidos y conocedores de la misericordia divina con la que serán juzgados. Pero también suplicaré por la contraparte, por aquella niña inocente que se hace mujer, en un ambiente donde la soberbia heredada le impide amar con toda su fuerza, con todo su corazón y con toda su mente al Dios verdadero.

Antonieta B. de De Hoyos, mayo 20/09

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