Hace unos días me enteré de
que nuestros legisladores están luchando porque se legalice el uso de la
marihuana, obligados por las constantes y concurridas manifestaciones que
grupos de jóvenes y adultos, realizan en
el Distrito federal.
Uno de los manifestantes de
edad madura, expresó frente a la cámara de televisión, su deseo porque las amas
de casa se unieran a esta petición, pues piensa que por ser un gremio tan
numeroso, seguramente serian más rápidamente escuchados.
Toda mi niñez la viví en la
zona centro de la ciudad, en una casona ubicada al final de la calle Zaragoza
sur casi cruce con Fuente. En aquella época era una arteria de mucho tráfico de
automovilistas y peatones, ya que unos metros más adelante se abría a un
boulevard frente al cual se encontraba
el hermoso edificio de la Aduana Fronteriza, enseguida el cuartel militar y al
fondo la estación de ferrocarril.
A mí me gustaba sentarme por
las tardes en el quicio de la puerta, para ver pasar a los viajeros que
llegaban en el tren, con su equipaje en cajas amarradas con mecate. También
pasaba don Manuel, con su cargamento de periódicos y revistas que distribuía
diariamente. Me divertía mucho ver a la gente que transitaba por mi banqueta o
por la acera de enfrente. Observaba su vestimenta, su manera de caminar y de
hablar, unos iban de prisa, otros llevaban a sus niños a pasear por el boulevar.
Una tarde estando sentada en
mi lugar favorito, mi nana de manera inesperada me ordenó que me metiera rápido
porque venía un marihuano. Pasado el susto y el dolor por el estirón de brazo,
le pregunté: ¿qué es un marihuano?
Me dijo que era una persona
que fumaba una yerba que le hacía daño a su cabeza, que a veces se alteraba y agredía a la gente
con la que se topaba y lo peor, es que pasado el efecto no recordaban lo hecho.
Más adelante ya adolescente, conocí varias historias relacionadas con las
desgracias que un adicto a la marihuana provocaba, desde entonces prometí no
acercarme a esa yerba.
Ahora con el auge que ha tomado
el uso de estupefacientes y la facilidad para conseguirlos, no debe
sorprendernos los actos delictivos, vandálicos
y deplorables que estamos sufriendo. La sociedad ha minimizado los
efectos de la marihuana, al grado de
catalogarla como una adicción inofensiva que no trae consecuencia.
Llevo en mi recuerdo, la
imagen de aquel pobre hombre que mi nana me señaló como marihuano; su ropa
sucia, su olor desagradable, su barba crecida y su pelo desaliñado, pero sobre
todo su mirada perdida en la inconsciencia.
Hoy en día la falsa imagen
del adicto, lleva a los jóvenes a soñar con la riqueza, la fama, el placer, sin
darse cuenta que hacia donde van, es a un infierno interior, mientras nosotros
vemos con pavor, la forma descontrolada con que este vicio va en aumento.
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