11 de mayo de 2013

…Me dijo que era un marihuano.


Hace unos días me enteré de que nuestros legisladores están luchando porque se legalice el uso de la marihuana, obligados por las constantes y concurridas manifestaciones que grupos de jóvenes  y adultos, realizan en el Distrito federal.

Uno de los manifestantes de edad madura, expresó frente a la cámara de televisión, su deseo porque las amas de casa se unieran a esta petición, pues piensa que por ser un gremio tan numeroso, seguramente serian más rápidamente escuchados.

Toda mi niñez la viví en la zona centro de la ciudad, en una casona ubicada al final de la calle Zaragoza sur casi cruce con Fuente. En aquella época era una arteria de mucho tráfico de automovilistas y peatones, ya que unos metros más adelante se abría a un boulevard  frente al cual se encontraba el hermoso edificio de la Aduana Fronteriza, enseguida el cuartel militar y al fondo la estación de ferrocarril.

A mí me gustaba sentarme por las tardes en el quicio de la puerta, para ver pasar a los viajeros que llegaban en el tren, con su equipaje en cajas amarradas con mecate. También pasaba don Manuel, con su cargamento de periódicos y revistas que distribuía diariamente. Me divertía mucho ver a la gente que transitaba por mi banqueta o por la acera de enfrente. Observaba su vestimenta, su manera de caminar y de hablar, unos iban de prisa, otros llevaban a sus niños a pasear por el boulevar.

Una tarde estando sentada en mi lugar favorito, mi nana de manera inesperada me ordenó que me metiera rápido porque venía un marihuano. Pasado el susto y el dolor por el estirón de brazo, le  pregunté: ¿qué es un marihuano?

Me dijo que era una persona que fumaba una yerba que le hacía daño a su cabeza,  que a veces se alteraba y agredía a la gente con la que se topaba y lo peor, es que pasado el efecto no recordaban lo hecho. Más adelante ya adolescente, conocí varias historias relacionadas con las desgracias que un adicto a la marihuana provocaba, desde entonces prometí no acercarme a esa yerba.

Ahora con el auge que ha tomado el uso de estupefacientes y la facilidad para conseguirlos, no debe sorprendernos los actos delictivos, vandálicos  y deplorables que estamos sufriendo. La sociedad ha minimizado los efectos de la marihuana, al grado de  catalogarla como una adicción inofensiva que no trae consecuencia.

Llevo en mi recuerdo, la imagen de aquel pobre hombre que mi nana me señaló como marihuano; su ropa sucia, su olor desagradable, su barba crecida y su pelo desaliñado, pero sobre todo su mirada perdida en la inconsciencia.

Hoy en día la falsa imagen del adicto, lleva a los jóvenes a soñar con la riqueza, la fama, el placer, sin darse cuenta que hacia donde van, es a un infierno interior, mientras nosotros vemos con pavor, la forma descontrolada con que este vicio va en aumento.

Por: Antonieta B. de De Hoyos

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