Por: Antonieta B. De De Hoyos
Por lo regular durante la cuaresma, acostumbro asistir al templo los viernes por la tarde para rezar el viacrucis. Pero en esta ocasión preferí rezarlos en casa, frente a un Cristo de madera de buen tamaño, que cuelga de la pared que da al lado de mi cama.
Por esa razón organicé mis compromisos y mis quehaceres hogareños, de tal forma que me quedara el tiempo suficiente para rezar todos los días, a mitad de la tarde. Me gustó mucho la idea porque así hiciera frio o calor, aire o lluvia, podría leer con serenidad, sin ninguna prisa, las quince estaciones del viacrucis; excelente meditación que nos traslada hasta aquella experiencia dolorosa, que Jesús vivió y sufrió por nosotros.
A decir verdad, no soy muy afecta a las oraciones largas y tediosas, esas en las que se utilizan palabras rimbombantes, desconocidas y hasta difíciles de pronunciar y memorizar. Disfruto mucho más las oraciones cortas, sencillas, comprensibles, esas que al pronunciarlas nos acercan a Dios. Por eso no puedo evitar que mis sentimientos se congelen, cuando llega a mis manos un libro, folleto, o propaganda religiosa, en las que se exageran las alabanzas y las frases repetitivas. A mí me gusta hablar con Dios, lo que no significa que me olvide del Padrenuestro, el Avemaría, el Credo y dos o tres oraciones más, que aprendí en mi infancia durante los años de catecismo…
Pero rezar el viacrucis es otra cosa; es acompañar a Jesús en el doloroso camino de la cruz, es aceptar que muchos de nuestros semejantes y hasta nosotros mismos, nos hemos visto obligados a recorrer también este camino, con nuestras propias cruces.
Nadie busca una cruz, en este peregrinar terreno las cruces llegan solas y es en esta penosa situación, cuando nos comprometemos a ayudar a los que sufren, cerca o lejos de nosotros.
Durante el resto del año rezo el santo rosario, pero es en el viacrucis donde mi espíritu se identifica más con mi prójimo, conocido o desconocido. En la décima estación cuando Jesús sufre en su dignidad al ser despojado de sus vestiduras, no puedo dejar de pensar en los miles de millones que están siendo despojados ahora mismo, de lo más indispensable para subsistir, como consecuencia de cruentas guerras y codicias desmedidas.
Seguramente habrá momentos en los que tanta crueldad nos haga sentir impotentes, pero la fe en la oración logra milagros y la acción caritativa hacia los que tenemos cerca también. Dios sabe cómo somos y conoce nuestros esfuerzos, por querer hacer el bien a pesar de nuestras debilidades, pero también sabe que sin Él no podremos superar las cruces cuando se nos presenten.
Recorrer el camino de la cruz con Jesús hasta su Resurrección, nos compromete como cristianos a ayudar a los que siguen cargados con sus cruces, hasta que consigan la nueva vida de la Resurrección.
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