Por: Antonieta B. de De Hoyos
El
viernes 21 de septiembre, se celebra el Día internacional de la paz mundial.
Ese día se exhorta a las naciones que
están en guerra: cesen el fuego, dejen de lado las hostilidades y se dediquen a
promover la paz a través de actividades escolares y gubernamentales.
Desafortunadamente
dichos esfuerzos no han dado fruto, al menos no el que se esperaba ya que en la
actualidad, son muchos los países que se enfrentan en sangrientas guerras por
motivos políticos, económicos o idealistas, mientras otros tantos por las
mismas causas, sufren guerras civiles dentro de sus territorios. Los habitantes
del mundo ansiamos vivir en armonía, en las grandes y pequeñas ciudades, se
escucha el grito suplicante de todos, pidiendo una tregua ante tanta agresión y
destrucción.
Sabemos
muy bien que la paz social solo la obtendremos, cuando cada persona conozca y
viva su paz interior, ya que el bienestar emocional y espiritual se presenta,
cuando nos desconectamos de los pensamientos inquietantes y perturbadores,
inútiles y amenazantes.
La
paz individual, es el sentimiento que disfrutamos cuando nos liberamos del
sufrimiento, de las preocupaciones, del dolor, el estrés, el miedo y empezamos
a gozar de las maravillas que nos ofrece la vida.
Solo alcanzaremos la paz
cuando nos apartemos mental, emocional y físicamente de las tragedias mundanas,
de los conflictos, de las tentaciones y ambiciones desmedidas, de todo aquello
que creemos debemos decir, hacer, defender o poseer, porque otros lo ordenan.
Para
encontrar la paz y compartirla, necesitamos demoler los obstáculos personales
que nos esclavizan, como lo son el miedo al futuro y las lamentaciones sobre el
pasado.
El
mundo se llenará de paz cuando en los hogares evitemos la envidia, no hagamos
caso al qué dirán y dejemos de practicar la impaciencia, la terquedad y la
ignorancia. Si queremos un mundo de paz, necesitamos destinar un rato cada día
a la meditación, a pensar muy bien cada
paso que damos, a estar consientes del daño que hacemos y que nos hacemos.
La
oración meditada es el mejor remedio para las enfermedades del estrés y la
ansiedad, males que nos consumen e incitan a la violencia.
Para
que nuestros conflictos interiores no sean eternos, debemos aprender a vivir en
positivo y a jerarquizar las tareas, obligaciones y compromisos de la vida
cotidiana. Nos sentimos cansados, nuestra voluntad se quebranta, caemos en la
desesperación y en la violencia.
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