Por: Antonieta B. de De Hoyos
¿Cuántas veces ha escuchado usted la
frase “es la punta del iceberg”, analogía muy cierta para indicar algo que
permanece oculto a la vista y de lo que solo podemos ver una pequeña fracción.
Eso fue lo que percibí cuando me enteré a través de los noticieros nacionales y
locales, de la terrible y crítica situación que están padeciendo nuestros
compatriotas, en la Sierra alta de Chihuahua.
El cambio climático nos ha afectado a
todos, pero a unos más que a otros, esta vez las temperaturas extremadamente
bajas y la sequía persistente condenaron a los Rarámuri a sufrir los estragos
en proporciones jamás imaginadas.
Estas y otras eventualidades
desastrosas, deben llevarnos a cambiar de actitud a los mexicanos. Se acabó el
tiempo del despilfarro, llegó la hora de pensar muy bien la forma en que se va
a invertir el dinero propio, de la familia y de los ciudadanos.
Es necesario que los gobernantes y
legisladores, hagan conciencia de la manera como manejan el erario público y
dejen de dilapidar en falsas e inútiles propagandas, en obras insulsas como
“estelas de luz, macro plazas, teatros, museos” etc. que sirven como
distracción, mas no para cobijar y alimentar en momentos difíciles como éste.
La Constitución Mexicana, dentro de
sus artículos, establece garantías que permiten a la sociedad vivir en armonía,
por ejemplo: el derecho a la vivienda, al trabajo, a la educación, a la sana
diversión, a la seguridad pública y más. Es en esos rubros donde debe mostrar
el funcionario público electo, su capacidad de organización, mando y por
supuesto, honestidad.
El caso de los Tarahumaras es el
primero de muchos que van a surgir, porque ellos no son los únicos que sufren
en estos momentos. Recordemos que antes fueron las lluvias torrenciales en el
sur del país, las que dejaron inundaciones devastadoras y miles de damnificados
que todavía no recuperan sus casas. Ahora, otros están padeciendo inesperadas
heladas en sus campos de cultivo de clima tropical, lo que hace suponer que muy
pronto estarán en aprietos y solicitarán ayuda gubernamental. En la zona norte,
cientos de ganaderos ven como se mueren sus reses por falta de forraje.
Jamás podrá considerarse cristiano,
quien saquee las urnas públicas y contemple sin inmutarse la miseria de sus
congéneres. El que se enriquece con lo ajeno, lleva su mala acción clavada en
su conciencia, aunque lo disimule. Es absurdo que un simple mortal enloquecido
por la opulencia, condene a la indigencia a quienes el Creador ya había dotado
de lo indispensable. Cada peso o dólar
que esos malandrines gasten, los hundirá en el peor de los infiernos. Cada
lágrima que esta pobre gente derrame por hambre, dolor o impotencia, será la
maldición que acompañe a su descendencia.
Lo cierto es que no nos toca a nosotros
reparar el daño, esa es responsabilidad del gobierno en turno. Nosotros debemos
despertar y actuar, antes de que el espectro del hambre nos visite.
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