16 de febrero de 2012

Con estos bueyes...

Por: Rosaura Barahona


Por estos días, cuando muchos mexicanos creen que ninguno de los tres candidatos da para ser Presidente de la República, a menudo escuchamos decir que votaremos "por el menos malo" porque "con estos bueyes tenemos que arar".

Lo que casi nunca nos preguntamos es con qué bueyes tendrán que arar ellos. ¿Somos nosotros, los votantes y ciudadanos, reses fuertes, sanas, bien alimentadas, capaces de hacer nuestra tarea de la mejor manera posible para permitir que el arador are bien?

¿O somos unas reses flacuchas, medio muertas de hambre, secas como la sequía agobiante, incapaces de sostener el arado con la fuerza y la firmeza necesarias para abrir surcos profundos en donde se pueda sembrar?

¿O somos reses desalentadas por haber hecho tantos surcos inútiles? En algunos se sembraron semillas sólo para tomar la foto y los demás surcos quedaron abandonados porque el arador debía presentar, en el siguiente pueblo, los nuevos arados prometidos en su campaña, mismos que fueron llevados de villa en villa, de aldea en aldea y de pueblo en pueblo ¡otra vez para la foto! y desaparecieron. No interesaba arar ni sembrar mejor, sino dejar constancia de que hicieron lo que no hicieron.

¿O pertenecemos a la nueva generación de reses conscientes de que sin nuestra colaboración será casi imposible abrir surcos, sembrar o cosechar y, por lo mismo, estamos dispuestas a jalar parejo, siempre y cuando queden atrás, por lo menos, algunos vicios del pasado?

¿Con cuáles de esos bueyes deberá arar el próximo arador? Ese solo cambio de perspectiva nos obliga a repensar las cosas.

¿Está realmente flaca la caballada de políticos actuales (no me refiero sólo a los candidatos) o sólo nos lo parece porque las reses estamos gordas y queremos volver a pastar con tranquilidad sin que nadie nos moleste? Después de todo, para eso los elegimos, para que hagan todo por nosotros y arreglen nuestros males.

Para aclarar el ejemplo, podemos hacer un ejercicio que resultará interesante. Dividamos una hoja blanca en dos partes y pongamos del lado izquierdo las formas de corrupción gubernamental o pública que no sólo nos molestan, sino nos dañan y desangran.

Después, pongamos en la columna de la derecha las formas de corrupción ciudadana que nos molestan cuando las practican otros, pero no cuando las practicamos nosotros porque nos justificamos de mil maneras por hacerlo.

¿Qué lista resultaría más larga? ¿Cuál es más dañina? ¿Están vinculadas? ¿Qué necesitamos para acabar con cualquiera de las formas de corrupción señaladas en una u otra columna?

Y podía seguir el ejercicio en otra hoja y poner en la primera columna qué tan preparados están algunos políticos para gobernar y, en la segunda, qué tan preparados estamos nosotros para entender nuestro papel de gobernados.

Cuando me acusan de ser agresiva porque digo algunas cosas de manera muy directa, les recuerdo que si estamos luchando por mantenernos a flote en el pantano, no tenemos tiempo de andar con rodeos verbales ni de ser delicados y usar sutilezas para ver si los demás entienden lo que tratamos de decir.

Sólo el lenguaje (externo o interno) puede mostrarnos descarnadamente lo que somos. Por eso si, a manera de examen de conciencia, completáramos la siguiente idea, nos asustaríamos del resultado.

Soy corrupto porque:
Doy una mordida para evitar las molestias de sacar mi auto del corralón...

Copio en mis exámenes y trabajos académicos...

Exploto a mi sirvienta...

No cumplo las especificaciones ofrecidas en mi licitación y bajo la calidad de los materiales al construir las casas comprometidas...

Pido exámenes médicos innecesarios porque estoy de acuerdo con determinados laboratorios y recibo una comisión por cada paciente enviado...

A mis trabajadores de la obra no les doy los aperos necesarios para su seguridad y tampoco los inscribo en el Seguro Social, a menos que un inspector lo descubra (y no pueda comprar al inspector)...

Sin tener necesidad, pido becas a la SEP para mis hijos que viven como reyes. Mi chofer va a recogerlos frente a cientos de niños que sin becas no podrán estudiar jamás...

¿Le seguimos?

En efecto, con estos bueyes tenemos que arar, pero esos bueyes también deberán arar con nosotros.


Fuente: El Norte
Con autorización directa de la autora

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