Por: Antonieta B. de De Hoyos
Los grandes vaticinios del tercer milenio, apuntaban hacia el cambio que el ser humano experimentaría en su conducta y la radical transformación de la sociedad. Investigadores famosos, coincidieron en que el tiempo que se avecinaba sería especial para ejercer la espiritualidad, que probablemente los templos se verían vacíos, pero que dentro de la mente y el corazón de cada individuo, germinaría de nuevo y con mayor fuerza el respeto a la Divinidad.
Pasaron los años y todo indicaba que la maldad iba en ascenso, pareciera que la perversidad desarrollada durante toda la historia de la humanidad, se volcara en ésta primera década. Cada día suceden hechos peores, las noticias en los medios hacen una apología de la ignominia.
Sorpresivamente el mundo entero es informado del peor desastre ecológico en el planeta y de las terribles consecuencias. Pronto nos enfrentamos a la fuerza de la naturaleza: huracanes, terremotos, inundaciones, incendios forestales, derrames petroleros, lodo tóxico, contaminación del agua, suelo y aire.
Por otro lado la explosión demográfica, el desempleo, el hambre, la enfermedad; la sociedad perdió el control, en el horizonte se avizora un desequilibrio emocional masivo. ¡Había que cambiar!, no solo de forma de vida sino también de forma de pensar y de amar, de lo contrario moriríamos.
Como don divino, los humanos recibimos una vasta inteligencia y la libertad para hacer uso correcto o incorrecto de ella. Por eso, casi de inmediato miles de personas alrededor del mundo, crearon y compartieron un nuevo estilo de vida que beneficiara al medio ambiente y a los seres vivos existentes. Era indispensable conseguir y conservar el agua potable, los campos fértiles para la siembra, construir hogares en los lugares apropiados, controlar los medicamentos, pero ante todo, encontrar la paz.
En poco más de un año, dos terceras partes de los habitantes del globo terráqueo nos hemos involucrado en la ardua tarea de reparar lo dañado. Cada uno desde su trinchera, ha tomado con responsabilidad la parte que le corresponde. El verdadero milagro se realizó, millones de personas nos unimos en oración, para suplicar al Creador otra oportunidad.
Sin embargo por desgracia, seguirá habiendo malandrines, gente sin escrúpulos que destruye, pero Gracias a Dios, a partir de ahora serán los menos, quizás no podremos erradicar el mal, pero si podremos someterlo. Del pasado tomaremos lo que sirva para avanzar, pero nada añoraremos. Con la vista al frente y la esperanza en el corazón saldremos adelante. Ya aprendimos la lección; retomamos el valor de la familia, de la pareja fiel, de los hijos respetuosos, pero por encima de todo, constatamos que sin la presencia divina nos quedamos sin rumbo. De ahora en adelante propiciaremos esos momentos de meditación, porque a través del silencio, la salud se filtra en nuestro organismo, produciendo esa paz interior que invita a practicar virtudes y a desechar vicios. Es preciso recobrar la sensatez, la fortaleza física, mental y espiritual, para lograr la misión de trascender en las generaciones sucesivas.
Los grandes vaticinios del tercer milenio, apuntaban hacia el cambio que el ser humano experimentaría en su conducta y la radical transformación de la sociedad. Investigadores famosos, coincidieron en que el tiempo que se avecinaba sería especial para ejercer la espiritualidad, que probablemente los templos se verían vacíos, pero que dentro de la mente y el corazón de cada individuo, germinaría de nuevo y con mayor fuerza el respeto a la Divinidad.
Pasaron los años y todo indicaba que la maldad iba en ascenso, pareciera que la perversidad desarrollada durante toda la historia de la humanidad, se volcara en ésta primera década. Cada día suceden hechos peores, las noticias en los medios hacen una apología de la ignominia.
Sorpresivamente el mundo entero es informado del peor desastre ecológico en el planeta y de las terribles consecuencias. Pronto nos enfrentamos a la fuerza de la naturaleza: huracanes, terremotos, inundaciones, incendios forestales, derrames petroleros, lodo tóxico, contaminación del agua, suelo y aire.
Por otro lado la explosión demográfica, el desempleo, el hambre, la enfermedad; la sociedad perdió el control, en el horizonte se avizora un desequilibrio emocional masivo. ¡Había que cambiar!, no solo de forma de vida sino también de forma de pensar y de amar, de lo contrario moriríamos.
Como don divino, los humanos recibimos una vasta inteligencia y la libertad para hacer uso correcto o incorrecto de ella. Por eso, casi de inmediato miles de personas alrededor del mundo, crearon y compartieron un nuevo estilo de vida que beneficiara al medio ambiente y a los seres vivos existentes. Era indispensable conseguir y conservar el agua potable, los campos fértiles para la siembra, construir hogares en los lugares apropiados, controlar los medicamentos, pero ante todo, encontrar la paz.
En poco más de un año, dos terceras partes de los habitantes del globo terráqueo nos hemos involucrado en la ardua tarea de reparar lo dañado. Cada uno desde su trinchera, ha tomado con responsabilidad la parte que le corresponde. El verdadero milagro se realizó, millones de personas nos unimos en oración, para suplicar al Creador otra oportunidad.
Sin embargo por desgracia, seguirá habiendo malandrines, gente sin escrúpulos que destruye, pero Gracias a Dios, a partir de ahora serán los menos, quizás no podremos erradicar el mal, pero si podremos someterlo. Del pasado tomaremos lo que sirva para avanzar, pero nada añoraremos. Con la vista al frente y la esperanza en el corazón saldremos adelante. Ya aprendimos la lección; retomamos el valor de la familia, de la pareja fiel, de los hijos respetuosos, pero por encima de todo, constatamos que sin la presencia divina nos quedamos sin rumbo. De ahora en adelante propiciaremos esos momentos de meditación, porque a través del silencio, la salud se filtra en nuestro organismo, produciendo esa paz interior que invita a practicar virtudes y a desechar vicios. Es preciso recobrar la sensatez, la fortaleza física, mental y espiritual, para lograr la misión de trascender en las generaciones sucesivas.
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