Por: Antonieta B. de De Hoyos
México, creo en ti,
Como en el vértice de un juramento.
Tú hueles a tragedia, tierra mía,
Y sin embargo, ríes demasiado,
A caso porque sabes que la risa
Es la envoltura de un dolor callado.
Fragmento de ¡México, Creo En Ti!...
Del vate Ricardo López Méndez
Es cierto que las fechas en algunas ocasiones ameritan ser recordadas, a veces hasta merecen ser festejadas, pero también es verdad que existen otras, que lo mejor es olvidarlas; todo depende del cristal con que se mire o de la forma como cada uno la haya sobrellevado.
Vino a mi memoria esta reflexión dado el alboroto que en la ciudadanía han provocado los medios de comunicación guiados por los gobiernos (federal, estatal y municipal), con motivo de completar doscientos años de proclamada la independencia, y cien de el estallido revolucionario. Desafortunadamente, nunca ha sido mi fuerte la Historia de México y reconozco que de estos dos acontecimientos, solo conservo los datos que mis maestros en los diferentes periodos educativos me fueron transmitiendo, por lo tanto me declaro neófita en todo lo relacionado a este evento.
A principio de año y como parte de esta conmemoración denominada “Centenario y Bicentenario”, una cadena televisiva de alcance nacional, presentó la secuencia de varios videos en los que muestra las más destacadas bellezas naturales del país, trajes típicos de culturas pre- hispánicas y flora y fauna regional.
Como era de esperarse, esta proyección causó gran impacto en los televidentes, despertó el patriotismo adormecido y un inmenso asombro hacia esos bellísimos lugares que jamás imaginaron que existieran y mucho menos que les pertenecieran.
Cuando por casualidad puedo extasiarme en ellos, vienen a mi memoria de forma recurrente los malos ratos que como ciudadanos estamos pasando; la impotencia al saber que empresas nacionales y transnacionales, depredan nuestros campos y perforan nuestro suelo. El dolor al conocer o reconocer los nombres de aquellos inocentes o maleantes que tiñen de sangre calles y carreteras. El aceptar con enorme tristeza que la corrupción y los vicios se han filtrado como nunca antes entre la gente buena y sencilla. El tener que coexistir con comandos armados sea de militares, policiacos o malvivientes, cuya presencia aterroriza a menores y desalienta a mayores.
El ir al trabajo, llevar a los niños a la escuela o al parque hoy, es una odisea. La imposibilidad de empezar un negocio modesto con los ahorros de la vida, es un hecho. El no poder intentar un estilo de vida mejor, adquirir un auto, vestir bien y acicalarse, atenta contra todo derecho humano. Se ha vuelto común sentir miedo de abrir la puerta de tu casa o tomar una llamada telefónica. Al acudir al banco o al cajero automático pareciera que vas sobre campo minado.
¿En qué te fallamos México? En la responsabilidad de educar y practicar los valores éticos y principios religiosos. En dejar de lado la vida espiritual de la familia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario