Por: German Dehesa
Desde hace 60 años me intereso por la historia. Me gusta esa tarea entre científica y detectivesca que consiste en intentar reconstruir el espíritu de una época, o de un pueblo, a partir de los datos que el olvido ha perdonado. Esto que se obtiene no es propiamente información científica; yo prefiero llamarla intuición poética, lo cual no equivale a una mentira, sino a otro modo de verdad.
Como comprenderás, lectora lector querido, en mi porfiriana juventud, mi pedantería me llevaba a interesarme por culturas remotas, insignificantes y casi desconocidas. Me producía un enorme deleite hablar para que muy pocos fueran los que supieran o entendieran de lo que estaba yo hablando. Ése fue mi periodo azul y venturosamente terminó hace mucho. Ahora me gusta hablar de México, pensar en México y especular acerca del talante y condición de la cultura mexicana. En ella veo muchas cosas gratas e ingratas. De estas últimas hay una que me parece la peor, la más triste, la más deprimente: somos una nación de "dejados".
Hay quien habla de nosotros y de nuestro "aguante", pero lo hace con voces admirativas y encomiásticas. A muchísimos les asombra que aguantemos todo: si nos dan ruedas de molino para desayunar, nos tragamos nuestra rueda sin chistar; si un caso criminal cuya investigación ha sido a todas luces equívoca y carente de sentido, lo declaran resuelto, alguien por ahí protestará, pero al final se impone la resolución que, en el fondo, más tranquiliza a todos y así, el caso está resuelto porque está resuelto. Si el señor Manlio Fabio Beltrones con su carita de Capulina decide perorar sobre Revolución y Modernidad y para ello expele una apretada fila de estupideces, nadie le dice nada sobre estas estupideces y, si acaso, llegará a decirle que encuentra polémicas sus declaraciones. Éste es el océano de credulidad en el que navegamos todos y en el que muy difícilmente vamos a encontrar una verdad que nos resulte útil para afianzar un futuro.
Todo mundo le apuesta a nuestra credulidad: los funcionarios, los conductores de medios, las autoridades eclesiásticas, los políticos que comienzan, los que terminan, los parientes consanguíneos y los parientes políticos. Todos consideran que más nos vale creerlo que averiguarlo. Provenimos de una cultura de dogmas y de credos. Muy tardíamente prosperó entre nosotros, si es que ya prosperó, la formación de una conciencia crítica y la aplicación de un criterio propio que muy poco tiene que ver con la creencia de que lo sabemos todo, pero que es indispensable para reivindicar nuestro derecho a saberlo todo.
¿Qué pasó realmente con Paulette?, ¿cómo estuvo realmente la desaparición de Diego?, ¿por qué nadie ha sido inculpado por el incendio de la guardería ABC?, ¿por qué nunca nos enteramos de asuntos que serían indispensables para ubicar nuestra existencia en este país? Nos quedan dos caminos: o investigar por nuestra cuenta cada uno de estos enigmas, o resignarnos a la credulidad y terminar nuestros días en calidad de formaciones rocosas. Corazón: tú dirás lo que hacemos.
¿Qué tal durmió? MDCCCXIV (1814)
Sería majestuoso que a MONTIEL no le gustara el futbol. Yo creo que en 15 días le tronamos el chip.
Como comprenderás, lectora lector querido, en mi porfiriana juventud, mi pedantería me llevaba a interesarme por culturas remotas, insignificantes y casi desconocidas. Me producía un enorme deleite hablar para que muy pocos fueran los que supieran o entendieran de lo que estaba yo hablando. Ése fue mi periodo azul y venturosamente terminó hace mucho. Ahora me gusta hablar de México, pensar en México y especular acerca del talante y condición de la cultura mexicana. En ella veo muchas cosas gratas e ingratas. De estas últimas hay una que me parece la peor, la más triste, la más deprimente: somos una nación de "dejados".
Hay quien habla de nosotros y de nuestro "aguante", pero lo hace con voces admirativas y encomiásticas. A muchísimos les asombra que aguantemos todo: si nos dan ruedas de molino para desayunar, nos tragamos nuestra rueda sin chistar; si un caso criminal cuya investigación ha sido a todas luces equívoca y carente de sentido, lo declaran resuelto, alguien por ahí protestará, pero al final se impone la resolución que, en el fondo, más tranquiliza a todos y así, el caso está resuelto porque está resuelto. Si el señor Manlio Fabio Beltrones con su carita de Capulina decide perorar sobre Revolución y Modernidad y para ello expele una apretada fila de estupideces, nadie le dice nada sobre estas estupideces y, si acaso, llegará a decirle que encuentra polémicas sus declaraciones. Éste es el océano de credulidad en el que navegamos todos y en el que muy difícilmente vamos a encontrar una verdad que nos resulte útil para afianzar un futuro.
Todo mundo le apuesta a nuestra credulidad: los funcionarios, los conductores de medios, las autoridades eclesiásticas, los políticos que comienzan, los que terminan, los parientes consanguíneos y los parientes políticos. Todos consideran que más nos vale creerlo que averiguarlo. Provenimos de una cultura de dogmas y de credos. Muy tardíamente prosperó entre nosotros, si es que ya prosperó, la formación de una conciencia crítica y la aplicación de un criterio propio que muy poco tiene que ver con la creencia de que lo sabemos todo, pero que es indispensable para reivindicar nuestro derecho a saberlo todo.
¿Qué pasó realmente con Paulette?, ¿cómo estuvo realmente la desaparición de Diego?, ¿por qué nadie ha sido inculpado por el incendio de la guardería ABC?, ¿por qué nunca nos enteramos de asuntos que serían indispensables para ubicar nuestra existencia en este país? Nos quedan dos caminos: o investigar por nuestra cuenta cada uno de estos enigmas, o resignarnos a la credulidad y terminar nuestros días en calidad de formaciones rocosas. Corazón: tú dirás lo que hacemos.
¿Qué tal durmió? MDCCCXIV (1814)
Sería majestuoso que a MONTIEL no le gustara el futbol. Yo creo que en 15 días le tronamos el chip.
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