7 de febrero de 2010
Matar vía telefónica y no sentir culpa.
Por: Antonieta B. de De Hoyos
Suele suceder, sobre todo cuando las conductas se repiten y generalizan, que el resto de las personas las aceptamos sin oponernos, percibiéndolas como actos derivados de la modernidad y la globalización que padecemos. Sabemos en nuestro interior que no son acciones buenas y mucho menos tolerables, que estas pautas de conducta provocan aversión, desconfianza, horror, pero las sufrimos calladamente sin hacer equipo para tratar de corregirlas.
La sociedad mexicana en la actualidad ha visto destruida la paz de su cotidianidad, su forma de ser ha cambiado radicalmente; los medios de comunicación se han empeñado en alterar la tranquilidad hogareña, traen hasta nuestra mesa las noticias y fotografías más escalofriantes, lo inimaginable, el mal se ha infiltrado en la normalidad.
Hace unos días en una intima reunión de amigas, una de ellas nos confió que días atrás había sido víctima de una de esas llamadas telefónicas infernales. Que al descolgar, un joven llorando le pidió ayuda desesperadamente al tiempo que le llamaba mamá. Con una calma inusitada le contestó que con todo gusto le ayudaría, de inmediato le dijo que lo tenían secuestrado, en ese instante y sin saber porque, ella le preguntó ¿Quién eres?, desconcertado dejó de llorar, segundos que ella aprovechó para colgar.
Sin perder la cordura llamó a cada uno de sus hijos, cuando estuvo segura de que todos estaban bien ¡Gracias a Dios!, fue a su recámara, tomó el manómetro y leyó su presión arterial. Estaba asustada pero tranquila, hacía unas semanas que su médico la había declarado hipertensa y estaba bajo estricto control. Esa noche, al hacer sus oraciones agradeció con mayor fervor a Dios las bondades de ese día, fue entonces que se percató de la sensatez con la que había superado tan terrible experiencia. ¿Por qué no me atemoricé?, indudablemente por la inmensa fe que tengo en Dios, porque sé que todo lo que venga puedo superarlo con ayuda divina.
Creo que Dios bendijo enormemente a nuestra amiga, la puso en manos de su médico antes de que recibiera tan fuerte impresión, de lo contrario un infarto al miocardio, una embolia, una diabetes emocional, hubieran cambiado por completo su existencia ó terminado con ella.
Y ¿el que llamó? Seguro que anda por ahí extorsionando impunemente, sintiéndose fuera de culpa en este acto inhumano, que para desgracia de la victima siempre deja secuelas indelebles.
Esta próxima cuaresma, pongámonos a trabajar en la formación de la conciencia moral de niños, jóvenes y adultos. Urge que midan las consecuencias de cada paso que dan, pues de ellos irremediablemente tarde o temprano, darán cuenta a Dios.
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