17 de agosto de 2009

Autoridad y autoritarismo, mejor que indiferencia.


Colaboración de: Antonieta B. de De Hoyos


Estamos inmersos en una sociedad poseedora de valores éticos y principios religiosos, rica en tradiciones y costumbres familiares, pero exageradamente débil, sin fuerza de voluntad para conservarlos, ejercitarlos, trasmitirlos a los hijos, enorgullecerse de ellos y defenderlos hasta la muerte. En la actualidad la inteligencia se mide por la capacidad que tiene la persona de adaptarse a los cambios, por eso es loable la labor que realizan algunos padres que se entregan a la tarea de educar y de forjar el carácter de sus hijos. El mundo en que nos ha tocado vivir es uno, en el que todo cambia a gran velocidad: la manera de comprar, de producir, de valorar a las personas, las normas de conducta, la fidelidad en los afectos, la forma de considerar la fe religiosa, estilo conservador modificado por los avances científicos y tecnológicos, tanto en la informática como en las telecomunicaciones.

Independientemente de los conocimientos adquiridos; para obtener el éxito personal se necesita conocer el manejo correcto del carácter, tener temple, superar fracasos y no caer en tragedias; cualidades que en la actualidad aparecen como requisito indispensable en la solicitud de empleo y en el reglamento de trabajadores independientes. Es justo reconocer que la autoridad paterna, forja el carácter de los hijos y les permite actuar con determinación y sin titubeos en la edad adulta, cuando las complicaciones se presentan. ¿Exceso de autoridad? Siempre será mejor que la falta de ella, pero existe un límite “autoridad sin humillar”. Al evitarles a los hijos el más mínimo sufrimiento, impedimos que aprendan a crecer, a comprender la muerte y las dificultades de la vida. ¿Cómo enseñarles a crecer? Dándoles un poquito menos de lo que necesitan, por ejemplo de dinero y libertad. ¿Que debemos darles de comer? Lo que nosotros decidamos que es bueno. Habrá berrinches, pero no deben asustarnos. Hay que educarlos en el trabajo familiar, en el servir y disfrutar. ¿Mesadas? Una cantidad fija semanal, menos de lo que creen que necesitan, así ahorran y se administran. Deben aprender a mirar la adversidad como un desafío para mejorar, adquirir ilusiones, metas futuras, sueños buenos de corazón y estar convencidos de que triunfar no significa dinero ni propiedades, sino ser felices con lo que hacen de su vida. Los hijos con carácter templado, con conocimiento y aceptación de carecer, educados en el servicio, plenos de amor, ilusiones y firmes en su fe, serán hijos triunfadores. Los padres tenemos la obligación de crear hijos que transformen nuestro país en uno en el que reine la libertad, la abundancia, la justicia y la felicidad. Jóvenes que no se deslumbren con la vulgaridad y la sexualidad promiscua, que algunos medios de comunicación carentes de ética difunden y llevan hasta el interior de los hogares en horarios incorrectos. Necesitamos jóvenes que crean en el matrimonio, la familia, la fidelidad recíproca en la pareja, el respeto que se deben el hombre y la mujer, el agradecimiento a Dios. Sólo ellos podrán detener la violencia, el SIDA, los embarazos en las adolecentes, la práctica del aborto, las adicciones, los suicidios juveniles y lo más trascendente la destrucción del planeta.


Antonieta B. de De Hoyos.......... Agosto 12/08

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